martes, 7 de abril de 2009

para que golpeen.


Los poemas de Neruda.

El sol entraba fulminante por las hendijas de la cortina plástica de la ventana interrumpiendo todo aquel resabio de respeto por la privacidad. El calor molestaba sobre el cuerpo depositado sobre la cama deshecha, maltratada y tardíamente violentada. Un extraño hedor comenzó a surgir entre las sábanas, insuperables testigos mudas e inertes. Moscas linderas curiosas y hambrientas merodeaban el lugar husmeando la situación. Un vestido colgado en una silla de madera de roble oscura y elegante, parecía pedir a gritos un último uso. Pero las marcas del tiempo comenzaban a hacer mella en el ambiente. Crepusculares partículas deambulaban absortas y disimulaban su andar con extrañas volteretas producto de las filtraciones de aire, presentes por la imperfección de la estructura del lugar. El techo crujía estrepitosamente corrompiendo el silencio tortuoso y tan pacífico que resultaba inquietante. Todo parecía estar detenido en el tiempo, minúsculos movimientos imperceptibles eran los únicos capaces de perforar la calma circundante. Todo en aquella habitación se encontraba expectante, como si esperasen por contar una historia, como si esperasen que algo sucediera. Pero la verdad es que nada cambiaría, demasiadas horas se filtraron por aquellos poros ásperos, gélidos y ahora nauseabundos como para ser capaces de emitir un signo de vida, suprimida por la culpa, por el recuerdo de algo que fue y no debía ser. Su mano sujetando un libro de poesías se podía vislumbrar desde varios ángulos de la entrada. Aquella escena intacta de olvido esperaría el momento adecuado de ser descubierto. Parece algo triste de narrar pero como podría serlo, si entró en un eterno sueño leyendo poemas de Neruda.

viernes, 27 de febrero de 2009

completo... enjoy (?)

este cuento lo habia dejado por la mitad en otra entrada...ahora lo subo porque...



Empleada modelo.

Siempre puntual con su traje azul marino, perfectamente arreglado, su peinado al estilo Marilyn Monroe, ojos pardos, tristes, parecían tan comunes y a la vez tan exentos de toda culpa que nadie se hubiera dado cuenta de lo que en su cabeza trascurría. Todos los sentimientos amontonados por la presión de la vida cotidiana, la soledad diurna a la que estaba presa todos los días, noches tras noches, llorar hasta deshidratarse, despertarse excitada, sobresaltada con sus pesadillas recurrentes y por último, dormir bajo el efecto de somníferos.
Tan normal como siempre, cabeza gacha entró en el despacho de su jefe vacío, como lo había estado hacía una semana, tomó del escritorio algunos reportes y partió hacia su cubículo, dispuesta a trabajar. Revolvió sus cabellos con la pluma fuente en su mano, su computadora estaba aun apagada y se dispuso a prenderla, abrió su cajón y vio lo que hacía algunos días tenía guardado, lo miró con ternura, sonrió por dentro y lo cerró rápidamente para que nadie pudiera verlo, era su tesoro, su secreto q nadie podía averiguar jamás.
Miró a su alrededor cómo la rutina hacía cada minuto agotador y percibió las horas sucederse. Un colega se acercó a pedirle los informes de contabilidad, y casi sin mirarlo se los entregó en mano, todo tan pacífico, todo tan natural, todo tan habitual.
El reloj de la pared blanco hueso anunciaba las 4:30 hs; faltaba media hora para ir a su desolado apartamento, su pequeño y morrudo gato estaría esperándola, junto con los programas de televisión que nunca prestaba atención. Su carta de renuncia estaba en su escritorio, la miró una y otra vez. Releía cada línea como si fuera la primera vez que lo hacía, las personas pasaban junto a ella pero no las distinguía. Estaba sola, compenetrada en sus únicos pensamientos, sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, pero con rapidez femenina, limpió su rostro para que nadie pudiera darse cuenta. Pensó si alguien sospecharía, sería imposible. Había sido tan cuidadosa, no cabe ningún motivo para pensar en aquella dificultad, así que ávidamente desecho la idea. Miró de nuevo el reloj, ya era la hora, tomó sus pertenencias y celosamente abrió el cajón y dentro de un baúl pequeño guardó su tesoro junto con algunas de sus pertenencias. Caminó hacia el despacho de Alberto, dejó su renuncia sobre aquel escritorio empolvado y desocupado, sonrió y emitió una risa poco audible, pero fue acallada. Giró en sus finos tacones y salió de la empresa, se subió a un taxi y ordenó que la llevara a su casa.
Una vez allí encendió las luces, prendió su estéreo, esta vez era Pink Floyd lo que deseaba escuchar. Se sentó en su sofá y su mascota se acercó a ella y se acurrucó en su falda. Se recostó, cerró sus ojos; finalmente quedó dormida.

Un aroma extraño emanaba de aquella caja que su gato no tardó en descubrir. Con movimientos felinos se aproximó hasta voltear su contenido. Algunas lapiceras rodaron por la alfombra quedando dispersas sobre ella. Instantáneamente se despertó, el sueño no era todavía tan profundo como para no oír los silencios de su casa. Se puso de pie y se dirigió hacia el gato que rasguñaba un paquete envuelto en papel de regalo el cual goteaba un líquido espeso de olor penetrante. Lo tomó en sus manos y los recuerdos inundaron su mente, las sensaciones eran tan reales que su piel se erizó, sus manos comenzaron a temblar y se aferró más fuerte aun al envoltorio, humedeció su boca con su lengua y mordió su labio. Fue como si reviviera lo que hacía unas semanas había ocurrido. Pero esa sensación de placer pronto se esfumó y su corazón se compungió, el odio anegó todo pensamiento racional.
Caminó unos pasos hacia la cocina, prendió una hornalla y se dispuso a preparar la cena con su amado souvenir en manos, parecía que aun latía, hasta podía oírlo.
Unos momentos después, en el comedor, la mesa estaba servida para dos personas, su minino merodeaba intentando rescatar algo para comer. De la cocina trajo una bandeja hermosamente decorada, una deliciosa ensalada de guarnición junto con el platillo principal.
Tomó asiento y comenzó a disfrutar de su manjar mientras meditaba y sonreía, casi cínicamente. Alzó su copa de vino tinto y dijo: “por nuestro amor, que vivirá siempre dentro mío”. Soltó una risa y miró a su gato que la observaba.
-“no te preocupes, guardaré un poco para ti mi amor”.
Terminó de comer, miró los restos de comida, suspiró y cerró los ojos, estaba muy cansada como para lavar los platos. Fue a su dormitorio, se desvistió y se recostó. Era tiempo de ponerse al día con la novela.

sábado, 31 de enero de 2009

Actividad física

Plagio a Garcilazo


Estoy continuo en sudor bañado,
rompiendo el aire siempre con suspiros;
y no me avergüenza osar deciros
que he llegado por esto a tal estado,

que viéndome do estoy y lo que he andado
por el camino estrecho do he corrido
si quiero tornar al lugar de do he venido
desmayo por los minerales que he dejado;

si trotar pruebo, aquí en la plaza,
a cada paso espántame en la vía
ejemplos tristes de los que han caido.

Y sobre todo, fáltame el agua
para recuperar la vitalidad con que andar solía
por la luminosa casa que es mi sitio.

sábado, 24 de enero de 2009

mensajes desde el más allá

Me tocó alejarme de mi casa por unos seis días y tuve la necesidad imperiosa de llevar libros. Me avergoncé al encontrar ese ejemplar de Historias fantásticas de ABC envuelto en su film protector que aun conservaba de aquella vez que lo compré en esa librería/juguetería en la calle Florida. Ni bien estuve en el vehículo tuve que arrancarle ese plástico molesto porque realmente me enfurecía, pero lo dejé en mi bolso, todavía no podía leerlo con la precisión que merecía más que nada después de haberme babeado, enojado y alborotado (en el sentido que el lector quiera darle a esta palabra) tanto por Historias de amor. Requiere de todo un ritual pagano tomar un libro nuevo que compraste con tanta alegría y que por razones ajenas al ocio tuviste que dejar empolvándose en un estante para alergia de lo menos afortunados. Ya adentrada en mi estadía prematura y necesaria, comencé por un relato que se llama El perjurio de la nieve. Me interesó primeramente por lo que el autor se refiere del mismo en su introducción al compendio de cuentos, y cito: “Uno de los primeros argumentos que le conté a Borges, mientras caminábamos por la calle Ayacucho, frente de donde estaba La porteña, fue el de El perjurio de la nieve. Me dijo que era lindísimo, pero que nunca iba a poder resolverlo. Once años más tarde, durante una noche de insomnio, encontré la solución”… con un dato histórico, geográfico y bibliográfico de ese índole ¿a quién no le pica el bichote de la curiosidad? Cuando comencé a leer, uno de los personajes se llama Juan Luis Villafañe. Inmediatamente eso trajo a mi memoria un recuerdo vago, demasiado vago en ese entonces porque no recordaba de donde conocía ese nombre. Sabía, eso si, que estaba en algún libro, que era alguien relacionado con la literatura pero ¿de qué obra y en calidad de qué? Me reconfortaba saber que debía de ser algo que haya leído en la brevedad porque tenía el recuerdo demasiado fresco. Un problema que surgió fue que hacía pocos días había terminado de leer Amadis de gaula y los que tuvieron la suerte de leerlo sabrán que la cantidad de nombres, apodos, apellidos, sobrenombres y demases que tiene ese libro es infinita, complicada y demasiado familiar. Así que cerré los ojos e hice fuerza para que mis neuronas se movieran (si es que se mueven) más rápido de lo normal para poder acordarme, para poder encontrar esa información que la tenía en la punta de la lengua (como siempre pasa) pero que no te sale, está ahí, la verías si tuvieras un espejo pero la desgracia se esconde y se ríe de vos. Ya desilusionada e indignada conmigo misma, dejé de intentar recordar y es en ese momento cuando todo se aclara, todo es más fácil y hasta la vida es mas linda: el momento en que te acordás. Villafañe era el autor de esos pequeños cuentos que leí no hace más de un mes en ese libro que recopilaba autores de distintas nacionalidades, el cual adquirí en Parque Rivadavia. Me asombre de la coincidencia, me dije que era algo del destino (cosa de mandinga), era como si Bioy me estuviera mandando un mensaje desde el más allá, algo confuso y misterioso, como si me dijera “este es el camino”. Mi pecho se lleno de orgullo y vanidad. A MI Bioy me mandaba un mensaje, a MI me lo decía a través de sus obras, YO era la elegida.
Una vez en mi casa, busque el otro libro para comparar el nombre del Autor/Personaje que tanta satisfacción me había traído, para verlo con mis propios ojos y gran sorpresa me llevé al darme cuenta que en realidad se llamaba Javier Villafañe.

domingo, 11 de enero de 2009

Erô toû daímonos


Es de noche, y necesito estar despierta. Dormir no, no quiero. Pero inevitablemente me acuesto en la cama. Es preciso, debo hacerlo... Solo dormir, nada más. Oscuridad total dentro de los párpados. Pero...
Comienzo a dibujarte bajo las sábanas, te construyo con pedazos de recuerdo (mayólica de amor ausente), te invento contornos nuevos. Así estoy menos sola. Entonces, abrazo tu invisibilidad, es decir, lo que solés ser. Me enredo en las sábanas. No es lo mismo, no es nada en realidad. Me decís "amor": ya estoy soñando...

texto robado

Me tomo una licencia para subir un cuento breve que leí la otra noche y me pareció hermoso y muy bien narrado, no solo por la simpleza sino por lo compacto y tan bien explicado... pero bueno acá va.



Los ancianos fieles

—Otra vez ha entrado el mariposón —dijo la abuela—. Voy a espantarlo como todas las noches.
El mariposón volaba alrededor de una lámpara. Los nietos salieron del cuarto. La abuela cerró la puerta con llave y bajó las celosías de las ventanas. El mayor de los nietos se escondió para ver cómo la abuela espantaba al mariposón.
Y vio al mariposón caminando por el espejo de la cómoda, quitarse las alas y sentarse en una silla. Y vio a la abuela abrir el armario y sacar unos bigotes, un sombrero y un frac.
El mariposón sentado en la silla era un hombre desnudo y se vistió poniéndose de pie los bigotes, el frac y el sombrero.
Y vio a la abuela sacar de una gaveta del armario unas trenzas y un traje de novia. La vio desnudarse y vestirse poniéndose las trenzas y el traje de novia. Y vio a los abuelos como estaban en el retrato del comedor, sonriéndose en un marco dorado. Después los vio volando, tomados del brazo, besándose, dando vueltas alrededor de la lámpara.

Javier Villafañe