domingo, 8 de junio de 2008

Eclipse

“Everything under the Sun is in tune
but the Sun is eclipsed by the Moon”

(Roger Waters)

Luz. Clara. Diáfana. Lo acribillaba desde el cielo, subyugando sus restos mortales a la luna. Sumiso, el césped suave se doblaba bajo el peso descomunal de una especie en decadencia. Un sabor amargo llenó su boca cuando recordó las primeras ilusiones, el creerse con una Eternidad por delante. Ya no recordaba quién se lo había dicho, apenas si era ahora una mueca sardónica a sí mismo lo que en otros tiempos había sido amor, odio, Humanidad.
Miró a su alrededor, paranoico, temeroso de los otros lobos. Tragó saliva trabajosamente. Lo reconfortó recordar que ya no era un hombre. Su Verdad lo había salvado. Es decir, estaba a resguardo de la devastación, lo que no podía ser sino por el (re-)descubrimiento de aquella vieja Certeza con la que había jugado desde que podía recordar, pero que poco hacía desde que había sido obligado a tomarla en serio. Dedicó un afilado pensamiento a los comerciantes de Ideas, a los que, en aquel lejano Mundo, trocaban Destinos por vidriecitos de colores. Brillantes unos, opacos otros. ¡Cuánto le gustaban! Aunque no quiso pensar si aquel otro sería él todavía, se aseguró (y con él, se lo aseguró también a Ella, mientras durara su regencia omnividente) que no cambiaría su presente por seductoras ilusiones multicolores, que otros habrían matado por obtener y a las que entregarse.
Millones de Universos se generaban en él, tal era la fuerza con que se gestaban sus ideas. Cada Universo, sin embargo, era destruido con humano placer, y divina misericordia. Una dialéctica cuya síntesis era la Nada, y en la que tesis y antítesis se habían hastiado la una de la otra. Aquellos modestos Apocalipsis lo mantenían vivo, y más aún ahora que ya no le disparaban tanto. El diminuendo celeste había comenzado (y esto le era un alivio), pero le preocupaba no haber advertido el momento exacto. Vestigios de moribunda humanidad, pensamiento afanosamente buscando lo discreto.
Decir, hacer y, finalmente, ser. En él, la performatividad del lenguaje había llegado a provocar la identidad mente-mundo. El Universo, su Universo no era sólo contenido de conciencia, pero lo había sido. Estricta materialidad surgida de la exteriorización de sí, mediante un lenguaje ininteligible (pues estaba más allá de la mera razón) hacía de la articulación expresión-contenido la concreción de Realidades en las que se complacía en habitar. Así había sido, por lo menos, antes de que la luz atravesara su cuerpo. De alguna forma, había comenzado a degradarse, en el peor de los sentidos: el fatalmente ontológico. Algún resto flotante de Humanidad lo había contaminado, limitando su existencia, su pensamiento y transformándolo en paradigma del fracaso. Pero…tanto tiempo atrás había sido aquello que ni se molestaba en evocar nostálgicamente sus días de gloria. Le dolía darse cuenta de que quizás nunca hubieran existido. Irreverente de sí mismo, sentía el primitivo e ingenuo placer del iconoclasta que combate orgullosamente pensándose anómalo, ignorante de lo sistemático, necesario y titiritesco de su ilusoria –y, pensó, en su caso, módica- rebeldía.
Los proyectiles acometían su carne cada vez más espaciadamente. Pero en ellos parecía concentrarse toda la luz de la primera descarga. Apuntaban al punto débil donde confluyen los tiempos y se hacen Uno y no existen.
Finalmente, el tiro de gracia.
Una sonrisa extasiada, efímera armonía y eterna oscuridad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esa magnifica tendencia de convertir todo lo que escribis en un exquisito trabalenguas se ha vuelto tu toque querido Krivochen.
Siendo aun las 9 de la ma�ana tendre que LEER mas tarde nuevamente para lograr captar los detalles ahora omitidos.

Pato.